de El Paso

Llegué donde la Tía Lucha a las nueve de la mañana y pedí una cerveza. Una garúa ebria caía lenta sobre el barro que bajaba de los cerros de La Parada. Todos vendían o compraban o cargaban sus mercaderías. Todos sabían lo que era el Perú. Para eso trabajaban. Yo escuchaba a Chacalón absorto en los olores, en los mendigos que quebraban sus labios y en esas ancianas con la mirada petrificada en cuyo interior aún había una pequeña vela encendida. Una muchacha entró a vender cigarrillos. Dame cuatro, le pedí. ¿Cómo te llamas? Julissa, me dijo, sonrió y se fue. A la tercera cerveza, vino un hombre pequeño de gracioso terno oscuro, que le quedaba grande, con ese sombrero de copa, traía unas cartulinas donde hacía sus dibujos. ¿No quieres que te haga un retrato?, me preguntó. Ok., le dije. ¿No quieres un vaso?, le pregunté sabiendo que su respuesta iba a ser negativa. Ya pues, Víctor, le insistí. Pero nada. Terminó de dibujarme, le iba a pagar. “No. Te lo obsequio”, dijo y se fue. Salúdame a Marilyn, alcancé a decirle antes de verlo cruzar el umbral del bar. A la quinta botella, vino Yuca, “dame dos botellas”, pidió al mozo. Luego pidió dos más, pero antes de terminar la última entraron tres policías que habían bajado de un bus verde olivo. Nos pidieron documentos. Yuca no tenía y se lo llevaron. No pude impedirlo. “No te preocupes, arreglo allá y vuelvo, no te vayas a ir”, me dijo. A la no sé qué número de botella, entró Allen, delgado, alto, oliendo a marihuana, calzando yanquis y esos gruesos lentes de judío. Siéntate, gringo marica, le dije. Me recitó su último poema, dedicado a un tal Martín Adán. Tomé cuatro botellas con él, de pronto vio pasar a un joven estibador, con el torso desnudo y esa tela de costal de harina amarrada a la cabeza como los árabes. El beatnik se paró y se despidió. Yo ya estaba borracho. La canción decía: “No tengo nada que dar, se burlaron de mi querer, con lágrimas pido al cielo que alumbre mi camino...” Chacalón había muerto. José María había muerto. César Abraham y José Carlos habían muerto. “El día que yo me muera, el único recuerdo que llevaré a mi tumba es esta cruz marcada que llevo dentro de mi pecho”, así seguía cantando Chacalón, Yeah!